Un día, el mendigo supo que el nombre de esa mujer era Silvia. Tuvo una corazonada, al llamarse igual que su hermana. Realmente, hacía años que no contactaba con su familia. En su juventud había sido problemático y acabó huyendo de casa. Ahora se sentía desolado y no le veía ningún sentido a la vida.
Tal era su desesperación que, en el momento en que la maestra aportó su granito de arena, decidió preguntarle de una vez por todas.
—Perdone la intromisión, ¿usted se llama Silvia Carrascosa?
—Sí -respondió sorprendida-, soy yo.
— ¡Qué casualidad! -exclamó con los ojos llenos de lágrimas-. Yo soy Tomás, tu hermano.
Entonces los dos se abrazaron llenos de emoción. Ella se sintió feliz, pero no sólo de haber encontrado a su hermano. También por haber sacado a alguien de la pobreza.
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