Todas las mañanas acudía a la cama de Parvati. Mientras limpiaba sus heridas le hablaba. Al principio estaba en estado de shock y ni siquiera me miraba, pero poco a poco, a medida que fueron pasando los días Parvati cambió. Primero sonrió cuando comencé a leerle un libro de cuentos, sentía curiosidad y comenzó a hacerme preguntas. Hablábamos de su mundo y del mío, de su vida y de la mía. No comprendía por qué los niños de mi país necesitaban tantas cosas raras para ser felices. Para ella lo más divertido era subir a la montaña, escuchar el sonido de los animales y sentir la naturaleza que le rodeaba, el fluir del río, el olor de la hierba fresca, el aroma y el color de las diversas flores. …
Cuanto teníamos que aprender y que poco luchábamos por despojarnos de lo innecesario. Allí en medio de la pobreza era feliz, quedaba mucho trabajo por hacer, mucho que reconstruir. Parvati cada día se encontraba mejor y yo temía el día que tuviera que irse del hospital ¿qué sería de ella? Comencé a darme cuenta de que la amaba como a la hija que nunca tuve. Tras un largo proceso conseguí su adopción.
El día que volví a verla, caminaba junto a otros niños en un campamento de refugiados. La llamé, ella dirigió sus preciosos ojos hacia mí, una gran sonrisa inundaba su rostro. Nos fundimos en un abrazo eterno, no podíamos hablar, nuestras lágrimas recorrían nuestras mejillas, unimos nuestras manos y nos fuimos juntas para comenzar una nueva vida.
Post en Facebook
(Categoría La Rioja)
No hay comentarios:
Publicar un comentario