A ellos les inculcaron desde pequeños que me tenían que cuidar y a mí que les tenía que servir, pero yo no estaba por la labor, ni era sumisa ni servicial, y me revelaba pues no me gustaba que me controlasen ni que siempre fuese yo la que tenía que ayudar en las tareas de la casa, a ellos casi nunca les mandaban esas cosas.
¡Qué niña más protestona! —decía mi abuelo— toda la vida las mujeres se han ocupado de la casa y de cuidar al marido y los hijos. Eso era en tus tiempos —le contestaba yo— ahora las mujeres trabajan fuera de casa y todo se hace a medias. Él era un machista de cuidado y con una mente retrógrada.
Cuando dije en casa que quería ser policía, se lo tomaron a risa, pero cuando vieron que yo iba en serio intentaron desanimarme diciéndome que no era un trabajo para una mujer, que somos más débiles físicamente y no iba a pasar las pruebas. Mi madre llegó a decirme —¡Qué pena! con lo mona que tú eres y vas a tener que ponerte ese uniforme que no favorece nada — pero yo ni caso, todo lo contrario, esos comentarios hacían que me creciese aún más, fue para mí como un reto personal.
Fui a un gimnasio a prepararme a fondo, me sobraban unos kilos y no era precisamente una atleta, así que endurecer mis músculos fue muy duro, me dolía todo el cuerpo, pero al final conseguí tener buena forma física.
¡Y vaya si pasé las pruebas! Con mucho esfuerzo y trabajo, pues siempre he tenido que demostrar lo que valía.
Mi familia cambió de opinión, se dieron cuenta de que podía ser independiente y autónoma.
Soy consciente de que si hubiese nacido en un país subdesarrollado no lo hubiese conseguido, pero aún aquí y después de unos años, sigo viendo casos de machismo. Yo tuve acceso a una educación, pero a muchas mujeres no les permiten estudiar y es la base para lograr la igualdad de género y una sociedad más tolerante y civilizada.
(Categoría La Rioja)