viernes, 15 de abril de 2016

UN GRANITO DE ARENA. - Por I.M.M.

Atravesó la plaza casi desierta evadiéndose del ruido de la ciudad. Sentía el sol en sus brazos y el calor húmedo de esa hermosa ciudad. Cerca de Floridablanca podría tomar uno de los autobuses que la llevarían a la playa. ¡Cómo disfrutaba de aquellos días tan hermosos de verano! Dos personas en un banco sentadas a la sombra que discutían acaloradamente llamaron su atención. En ese instante comenzaron a pelearse, los golpes iban y venían dibujando con los brazos una danza en el aire. No podía soportar esas situaciones que generan una violencia “gratuita” a la par de una sensación de vergüenza ajena por el ser humano. Por eso mismo, aceleró el paso con la intención de parar la pelea. Logró frenar los golpes y comenzó a calmarse la situación. Por un momento, pensó que no serviría de mucho, pero para su sorpresa empezó un diálogo interesante. Un debate tenso, pero clarificador. No lograba comprender que perdieran la capacidad de razonar y dialogar por mantener opiniones contrapuestas. Sin embargo, ese pareció ser el origen de la discusión. No razonaron, se enzarzaron en defender su posición sin escuchar, porque así lo habían visto hacer en los medios de comunicación. Mientras ella los observaba, consiguieron llegar a una conclusión: que ambas personas tenían su parte de razón.

Esta situación le hizo pensar, podía irse de allí con cierta tranquilidad. Había cambiado una situación sin solución por un diálogo basado en el respeto. Pero sabía que ese no era el origen del problema. Todo había sido provocado por la imagen que les proporcionaban desde su tribuna las personas que tienen la posibilidad de cambiar las cosas. Y es a éstas últimas, a quienes les corresponde la tarea de dialogar para no desembocar en disputas que no dan lugar. Aunque aquel día, ella con su humildad, había podido aportar, tal vez, su granito de arena.


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PEQUEÑA CHISPA. - Por P.J.D.H.

En la tierra en la que el fuego de la ignorancia parecía arrasar con todo rastro de fe en el mañana, un joven espíritu se negaba a dejarse devorar por esa infinita oscuridad. Sin hacer caso a palabras serias o a vanos intentos de dejarlo sin fuerzas, ese corazón estaba decidido a lograr un cambio en el mundo, sin importar lo difícil que pudiera resultar convertir ese sueño en realidad. El miedo a veces lo estremecía, pero ni la más despiadada violencia lograba alejarlo de su meta

La dueña de ese corazón era una joven mujer, a la que el destino, como a tantas otras, la había hecho nacer en un país al que largos años de guerra habían dejado devastado. Sin embargo, desafiando todo lo establecido, ella había decidido no descansar hasta que todos en su país y en el mundo, sin importar género, pudieran tener acceso a una educación de calidad.

Quizás ella era únicamente una jovencita, luchando una infinita guerra contra el monstruo salvaje de la ignorancia, pero ella no sentía temor alguno. ¿Qué importaba dar la vida, con tal de garantizar que, un buen día, ninguna mujer vea truncados sus sueños de estudiar para poder contar con un empleo digno? Quizás ella era únicamente una pequeña voz en el desierto… Pero, a veces, una pequeña chispa es lo único que hace falta para iniciar el dulce fuego del cambio.


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CORTADERAS. - Por S.B.M.

Juan Ruiz nunca se hubiera imaginado que sería desalojado por las pulsiones de la naturaleza (él, bombero voluntario, que había peleado en los incendios de bosques) pero así ocurrió y hacía casi un año, justo el día del cumpleaños de Elena, había comenzado a entramarse ese final.

Era casi primavera y deseaba hacerle a su mujer un regalo distinto. Pasó por una venta de plantas y vio la maceta con los plumeros al viento, vivos y ondulantes, como barcos cabeceando en un oleaje suave, recordó las canciones tristes de los marineros y decidió que ese sería su presente. Elena celebró la adquisición y ubicó la cortadera en la tierra, entre la verja y la albahaca.

El desarrollo posterior de la planta no admite descripciones razonables, se transformó en un ser feroz que devoró las otras especies, y contaminó con sus simientes hasta el último rincón. A la tarde arrancaban diez plantas y a la mañana siguiente habían crecido cincuenta nuevas. La vida de Juan y de Elena se redujo a estornudar y extirpar invasoras.

Hasta que Juan se declaró vencido y resolvió vender la casa a una empresa que construiría una torre de cristal y acero. Cuando cerró la puerta por última vez, además de una incipiente duda acerca de la eficacia del cemento y los metales para aniquilar al monstruoso vegetal, sintió una opresión en la garganta, los plumeros se balanceaban y parecían corear para él -Bring back, bring back / Oh, bring back my bonnie to me.


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