viernes, 15 de abril de 2016

CORTADERAS. - Por S.B.M.

Juan Ruiz nunca se hubiera imaginado que sería desalojado por las pulsiones de la naturaleza (él, bombero voluntario, que había peleado en los incendios de bosques) pero así ocurrió y hacía casi un año, justo el día del cumpleaños de Elena, había comenzado a entramarse ese final.

Era casi primavera y deseaba hacerle a su mujer un regalo distinto. Pasó por una venta de plantas y vio la maceta con los plumeros al viento, vivos y ondulantes, como barcos cabeceando en un oleaje suave, recordó las canciones tristes de los marineros y decidió que ese sería su presente. Elena celebró la adquisición y ubicó la cortadera en la tierra, entre la verja y la albahaca.

El desarrollo posterior de la planta no admite descripciones razonables, se transformó en un ser feroz que devoró las otras especies, y contaminó con sus simientes hasta el último rincón. A la tarde arrancaban diez plantas y a la mañana siguiente habían crecido cincuenta nuevas. La vida de Juan y de Elena se redujo a estornudar y extirpar invasoras.

Hasta que Juan se declaró vencido y resolvió vender la casa a una empresa que construiría una torre de cristal y acero. Cuando cerró la puerta por última vez, además de una incipiente duda acerca de la eficacia del cemento y los metales para aniquilar al monstruoso vegetal, sintió una opresión en la garganta, los plumeros se balanceaban y parecían corear para él -Bring back, bring back / Oh, bring back my bonnie to me.


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