Mi nombre es Nahir Obukhov y nací en un pequeño pueblo de Uzbekistán. Hoy es un día especial, mi decimoctavo cumpleaños. Mamá y papá habían prometido llevarme al lugar retratado en las hojas, a ese lugar con el que tanto tiempo llevaba soñando. Prácticamente cada noche una avalancha de imágenes surcaban mi mente, encendían la mecha de la imaginación y una bomba de ideas y esperanzas explotaba en mí. Por fin había llegado el momento. Recogimos unos cuantos enseres, algo de comida y nos encaminamos hacia nuestro destino. Durante las dos horas que nos costó llegar no dejaba de vislumbrar el lugar, de fantasear con los barcos pesqueros que nos encontraríamos, con las canciones que los marineros cantarían en el puerto. Deseaba ver por fin el inmenso lago del que tanto había oído hablar, su vaivén, sumergirme bajo sus aguas y olvidar los problemas que me atormentaban.
Por desgracia nada de esto llegó a buen puerto. Todo se torció en el preciso momento que vi aquel cartel. “Mar de Aral”. No podía creer lo que mis ojos me enseñaban, eso no podía estar pasando. Intenté oír los cantos del puerto pero lo único que logré oír fueron unos suspiros ahogados. Me giré y mi corazón se contrajo. Dolía verles sufrir. Antes esto no era así, según mi “buvi”, 50 años atrás los barcos zarpaban y regresaban cargando pescados y felicidad. Ahora todo lo que podía ver eran pesqueros encallados en páramos de arena, inclinados, como caídos del cielo. Esto ya no era ni la mitad de majestuoso de lo que había llegado a ser. No había ningún pez capaz de soportar tanta salinidad, no había barco capaz de surcar los escasos centímetros de agua. Cualquier corazón que en su momento había amado este lugar, al regresar, lo sentía cómo extraño.
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(Categoría La Rioja)
jueves, 7 de abril de 2016
EL MAR FINITO. - Por M.M.G.
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