El hombre sabio les recordó su pacto sagrado con el apu. La laguna no debía ser afectada, pues la desgracia se cerniría sobre todos: hombres, mujeres y niños. Por más que los de la minera les ofrecieran el oro y el moro, ellos permanecerían unidos. Debemos aprender del pasado, decía el yachaq
(1) . Como en la década de 1980, cuando los empezaron a perseguir cruelmente. Casi no quedó nadie porque muchos decidieron seguir a la guerrilla. Era mejor que esperar una muerte segura, enterrado en una fosa común y con el rostro desfigurado. Los que menos se escondieron en cuevas y se alimentaron de alimañas. Era jodido ser niño en aquella época sombría. La repoblación fue lenta. Ahora todo eso se veía lejano, como la cima nacarada del nevado Ausangate. Pero los extraños no dejaban de venir y prometer una vida de confort. Qué sabrán los citadinos de vida buena, alzaba la voz el yachaq. Nosotros podemos ver en sus rostros el desasosiego y la angurria. Cultivamos desde siempre la papa y la mashua y nuestros animalitos nos dan el queso y la leche que necesitamos. Cada familia tiene media hectárea para cultivar y eso es más que suficiente. Nuestra madre es buena proveedora. Le hacemos el pago religiosamente. Eso ha sido así desde tiempos inmemoriales. Y ahora que empieza un nuevo ciclo, debemos prepararnos para los grandes y terribles cambios que vendrán. Todo será desbordado, las nubes rezumarán sangre y la pacarina
(2) podrá ser reverenciada otra vez como en tiempos míticos. Nuestra laguna resplandecerá de vida y nuestros muertos al fin podrán dormir plácidamente como calandrias extenuadas luego de un largo viaje.
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1 Hombre sabio en quechua.
2 Lugar de origen mítico en quechua.
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