lunes, 11 de abril de 2016

FRÁGIL. - Por J. de Juana

Es solo una pequeña grieta. La señalo con mi dedo diminuto apuntando hacia el cielo. El niño al otro lado del cristal, observa mi dedo y sonríe. Él tampoco parece entender.

El agua, que una vez fue también nuestra, se precipita de nuevo al desierto. Al principio una gota insignificante. Después, mientras la cúpula se agrieta, un hilito constante brota lentamente a través del cristal y acaba anegando el suelo reseco que tengo bajo mis pies.

Golpeo nuevamente el cristal. El niño sigue allí, ignorando lo que está a punto de suceder. El sol que me abrasa se proyecta sobre la mampara y apenas puedo ver lo que ocurre al otro lado. Tal vez ignoren que una grieta inmensa se acaba de abrir en la bóveda, dejando escapar el aire purificado que ellos acostumbran a respirar. Grito en vano tratando de llamar su atención. El ruido de la inmensa cúpula resquebrajándose resulta sobrecogedor. Ignoro si ellos tampoco quieren escucharlo.

El agua contaminada que habitualmente vierten al desierto fluye ahora descontrolada, inundando las tierras que a duras penas consiguen alimentarnos. La cúpula se hace añicos, precipitando inmensos trozos de cristal también sobre mi aldea. Los habitantes del pequeño mundo artificial, presos ahora del pánico, son incapaces de respirar el aire enrarecido que llega del desierto. El calor les abrasa. Algunos huyen despavoridos. Otros, sin embargo, se afanan en cauterizar la grieta más próxima para evitar que yo pueda acceder a través de ella.

El niño llora mientras su mundo, que resultó ser tan frágil como el mío, lentamente se desmorona. Somos amigos. Mañana, cuando no exista ya frontera que nos separe, los dos compartiremos el mismo espacio inmenso que juntos ayudaremos a cicatrizar.

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